21/6/16

UN CHICO COMO YO CON UNA CHICA COMO TÚ

Antes de nada me presento, soy Marc Gabernet, creador del blog LocoLectores (Entra, no te arrepentirás xD)  y ahora nuevo integrante del blog Literatuia.
Espero verme con vosotros a menudo en este magnifico espacio donde escritores y blogueros nos encontramos y expresamos. 
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UN CHICO COMO YO CON UNA CHICA COMO TU

Cada día caminaba por la rampa de piedra y ladrillos derruida en medio del callejón hasta llegar a la zona de los ricachones  del pueblo. Una zona llena de chalets con enormes piscinas, tiendas de venta de telas que costaban cantidades innombrables de pesetas  y establecimientos donde iban las amas de casa a tomar el café mientras los maridos trabajaban.


España en 1976 era muy diferente a ahora. Las mujeres no podían trabajar. Debían cuidar de sus hijos y limpiar cada rincón de la casa.
Los carruajes de caballo cruzaban de lado a lado de la carretera, y yo me encontraba en la salida del callejón que dividía la zona obrera de la zona privilegiada dónde se encontraba mi destino. El café madrugador, una cafetería lujosa de Madrid.
Todas las mañanas Lana iba con su madre a desayunar a aquella cafetería, mientras que yo en cambio, al ser de familia obrera, sólo me podía permitir sentarme en el bordillo de la acera de enfrente a observarla mientras me helaba de frío. “Lo que hace uno por amor” pensaba todos los días al ver que ella nunca me haría caso ya que yo era un simple chico de familia trabajadora.
Como cada día, Lana se pedía un vaso de leche caliente al que le añadía dos azucarillos de azúcar moreno. También tomaba un gran croissant que compartía con su madre, la               Sra. Sánchez.
La Sra. Sánchez era una mujer bella, con unos quilos de más. Tenía el pelo moreno y unos preciosos y enormes ojos verdes. Era una de las mujeres mas envidiadas del pueblo y no por sus elegantes y glamurosos vestidos, si no por con quien estaba casada. Don Gustavo Fernández, el hombre más temido en aquel momento. El dictador español que con tan solo dar un chasquido de dedos, tenías en tu puerta a dos policías corpulentos que te detenían y te hacían pasar duras condenas, pero de ello hablaremos más adelante.
El frío seguía recorriendo mi cuerpo. Mi mirada parecía clavada en el rostro de Lana. Ella giró su mirada hacia la mía, las cruzamos y por un momento el frío de la calle desapareció en mi cuerpo. No sabía el cómo ni el porque , pero sin apenas hablar con ella me había enamorado. Lana se levantó de su asiento mientras su madre hablaba con una amiga suya sobre lo que iban a hacer por navidades. Yo me puse nervioso “¿Qué voy a decirle? ¿Dónde va?”
Lana salió de la cafetería y se acercó a donde yo estaba sentado:
-Siempre estás aquí, ¿no tienes frío? – Me preguntó Lana.
-Claro que tengo frío, pero… es que… - Las palabras no me salían, estaba demasiado nervioso y Lana me observaba con cara divertida, como si se estuviera riendo de mi.
-Déjalo, no me importa que me observes. He salido para darte esto – Lana se sacó del bolsillo una tostada de pan y me la dio- No puedo hablar contigo, sino mi padre se enfadará.
-Muchas gracias.-Me mantuve las ganas de pegar un mordisco a ese trozo de pan. Lana se dirigía a la puerta de la cafetería, dispuesta a entrar nuevamente en el establecimiento- ¡Espera! –Lana se giró y me miró nuevamente- ¿Que te parece si te enseño la zona donde vivo? Está a escasos metros de aquí.
Lana se acercó a mi y sacó de su bolso una tarjetita dónde había escrito un seguido de números – Este es el número de teléfono del palacio dónde vivo. Llámame esta tarde y hablamos, pero no se lo digas a nadie, puedes tener graves problemas.
Agarre la tarjetita y me levanté de golpe. Me despedí de ella con un gesto de barbilla y volví a bajar la rampa de piedra hacia la zona del pueblo dónde yo vivía.
Pasaron las horas y los nervios aumentaban solo con pensar en la llamada que iba a realizar. Había deseado tanto ese momento… Las campanas del campanario resonaron con un eco interminable que indicó que era el momento de llamar a Lana. Acerqué mi mano al teléfono de disco que había encima de la mesita de noche de la habitación de mi madre y marqué el número indicado en la tarjetita.
-¿Si?
-Hola ¿Lana?- Pregunté
-Si soy yo. No sabes lo que me ha costado que la trabajadora doméstica no cogiera esta llamada…
-Ya…
-Bueno, ¿Qué propones?-Me preguntó Lana
-Pues… mira podemos ir a la zona de las casas viejas, a la mina o a el caminito del dictador
-Ah, bien, pues podemos ver el caminito ese, no sabía de su existencia…
-Te va a encantar. A las ocho en la cafetería, ¿hecho?-Pregunté
-Hecho. – Lana colgó y una gran satisfacción recorrió mi cuerpo. En apenas hora y media tenía que estar en la cafetería.
Me arreglé un poco el pelo, me puse mis mejores prendas y salí a paso ligero a la El café madrugador. Al llegar, ahí estaba ella, tan preciosa como siempre con un brillante vestido amarillo que le llegaba a la rodilla y un cinturón rojo acabado con un vistoso lazo.
-Que, ¿vamos?- Le pregunté. Ella asintió con la cabeza y comenzamos a caminar hacia el caminito del dictador.
Este camino era un fantástico puente de madera de roble brillante que cruzaba las tres montañas principales que conectaban Madrid con Toledo. El paisaje era precioso, lleno de árboles florecidos, un río que corría a lo lejos,  animales que iban de un lado a otro y el canto de los pájaros que llenaba el espacio de alegría y felicidad.
Justo en el punto medio del puente, dónde quedaba el río justo debajo de éste, agarré del brazo a Lana frenándola y poniéndola delante de mí. Le miré a los ojos fijamente. Sus mejillas se sonrojaron y curvó sus labios formando una sonrisa.
-Te llevo observando durante varios meses. Siempre tan preciosa en esa cafetería desayunando con tu madre. Siempre me voy a dormir deseando estar a tu lado y soñando contigo. He esperado este momento todos los días durante los últimos meses y me he preguntado a cada momento, porque no un chico como yo podría salir con una chica como tú.
Lana estaba aún mas roja pero su sonrisa me tranquilizaba. Lana acercó su cuerpo hacía el mío, yo bajé mi mirada hacia la suya. Incliné levemente mi cabeza hasta que mis labios chocaron con los suyos suavemente. Era mi primer beso y ella era la chica perfecta con la que iba a pasar todos los días de mi vida. Un mundo de sensaciones recorrieron mi cuerpo mientras seguía besándola todo iba bien hasta que un sonido arrullador hizo que giráramos la cabeza hacía la entrada del camino dónde un carruaje negro con la bandera de la dictadura española del padre de Lana se acercaba rápidamente a nosotros.
Besé la cabeza de Lana y salí corriendo en sentido contrario al del carruaje. Un hombre pobre no podía relacionarse con una mujer de la realeza y viceversa, pero si encima estos se besaban era motivo de fusilamiento.
Corrí y corrí por el caminito hasta salir de éste. Justo en el momento en el que conseguí salir de allí un grito abrumador sonó seguidamente de un disparo.
Un sentimiento de rabia e impotencia recorrió mi cuerpo en modo de escalofríos. Había dejado a Lana de lado solo por salvarme. Había sido muy egoísta.

Vuelvo a suspirar.

-Hermanos, hermanas, hoy estamos aquí reunidos para celebrar el septuagésimo quinto aniversario del fallecimiento de la hija del dictador don Gustavo Fernández que en paz descanse

No escucho bien al cura que dice estas palabras. Todavía, a mis ochenta y seis años, me siento mal por haber huido de aquel puente cuándo Lana mas me necesitaba. Perdí al amor de mi vida para ganar a la muerte.

1 comentario:

  1. Hola! me encantó tu escrito y tu blog, gracias por compartir =)

    Aquí me quedo, te sigo!

    Me gustaría que te pases por mi blog literario para ver qué te parece y si te gusta, sígueme :).

    saludos nos leemos!!

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