Te levantas en una habitación oscura cuyo tamaño no llegas a distinguir. Tienes la frente empapada de sudor y apenas recuerdas como has terminado aquí, enjaulado. Los nervios te carcomen las tripas, el calor te ha empapado la camisa y tu respiración se acelera enloquecida sin responder a la razón.
No puedes detener tus pensamientos. No los puedes parar y por ello merodean libres destruyéndote. Lo están haciendo. Lo notas. Lo sientes a cada segundo en el pecho. Es un tumor del que no te puedes zafar con tanta facilidad.
Sientes unos dedos ejercer presión sobre tu cuello. Te están cortando la respiración y tratas en vano de tomar una gran bocanada de aire para sobrevivir. Tu pulso se acelera y del miedo una gruesa gota de llanto se vierte por tu rosada mejilla. No hay salvación alguna, empiezas a entenderlo.
Fantástico, compañero, así da gusto tener un blog. Muy buena entrada, de verdad.
ResponderEliminar