20/3/18

Sigue adelante.

 Hola chicos y chicas. Bienvenidos a mi última entrada. Que no suene a despedida. No sé si por azar o por destino he elegido para ésta entrada la siguiente anécdota. Quizás como promesa a mi mismo y a vosotros de que aunque éste es un final para algo que para mí fue muy grande e importante, no es un final definitivo. Quien sabe.
Tengo muchos, muchísimos motivos para no dejar de escribir nunca, hasta que dicha afición o pasión, se convierte casi en una obligación un deber, una maldición. Algo que adoro y que a veces en mis peores momentos casi detesto. Todos tenemos malas rachas y yo no soy menos, más aún con la controversia de que o estoy en lo más alto o en lo más bajo sin poder encontrar, de momento, termino medio. Y hay veces en las que uno sólo siente ganas de desaparecer. Y por suerte o por desgracia en esas ocasiones recuerdo todo lo que me queda aún por escribir, todo lo que tengo que sacar de mi cabecita y me siento en la obligación de eliminar esos autodestructivos pensamientos. Quizás un día escriba todo lo que tengo dentro. Aunque nunca nadie lo vaya a leer. Ese día supongo que tendré permiso para desvanecerme como polvo anónimo en las corrientes del tiempo.
Una de las razones, la que me trae hoy aquí en forma de anécdota, es una frase que me dijeron y que se me ha quedado grabada a fuego.
Como algunos de vosotros sabréis, soy hijo de libreros, he tenido suerte al nacer aquí donde he podido saciar gran parte de mis inquietudes literarias. Y por lo tanto, como hijo de autónomos, me ha tocado echar bastantes horas en el negocio familiar. No es por meter critica social a estas alturas, pero no os imagináis lo que puede llegar a desgastar en éste país ser tu propio jefe. Algo mal se tiene que estar haciendo para que cueste tanto y rente tan poco.
Uno de mis clientes, un anciano jubilado que en su día fue lo que podría catalogarse como científico, era un apasionado de la literatura y quiero pensar que en cierto modo también era mi amigo. Un hombre con una expresión amable en todo momento y con una fuerza que la edad parecía no ser capaz de vencer pese a todos sus achaques.
A menudo Vicente y yo teníamos conversaciones de ámbito literario y en alguna ocasión hemos compartido escritos a fin de valóralos y criticarlos para a través del descubrimiento de otros puntos de vista mejorar nuestras facultades literarias. Un día estábamos hablando y además creo que de una novela en la que aún a día de hoy no sé cuando lo leáis vosotros, estoy trabajando, una novela que ha sido causa de numerosos atascos y de arduas jornadas de trabajo. Mi situación personal, la falta de tiempo y sobre todo lo perfeccionista que intento ser con ella me complican mi tarea como escritor numerosas veces.
Hablando de esto Vicente me miró, con esa fuerza que irradiaba su persona, esa fuerza para ser un buen hombre aún en estos días, para ser así de amable, así de positivo, así de sonriente. Esa fuerza que despertaría admiración a cualquier hombre sensato y honesto y me aconsejó:
"Borja, no te pares. No te pares nunca. Que tengo mucho que leer tuyo." La frase y consejo me dejó estupefacto. Casi pude ver en esas sabias y aguerridas palabras el rastro y leyenda de un hombre que en toda su vida, nunca, jamás de los jamases hubiera tenido que retroceder o detenerse. Con una convicción y fuerza, dignas del mejor de los mejores. En sus palabras había un poder que supera los años y todo lo que los mismos pesan. Parecía que nada pudiera acabar con un hombre así, con alguien que expresara tal autoridad al hablar y al mirar a la gente. Alguien lleno de sabiduría y de fuerza. Alguien que parecía hecho de la pasta de la que, otrora cuando el mundo aún era místico y mágico, se forjaban los antiguos héroes. "No te pares. No te pares nunca."
Durante toda mi vida, he querido ser de una forma concreta y durante demasiado tiempo me he perdido alejándome de ese hombre en el que quería convertirme a base de malas decisiones y de falta de valores y actitudes sensatas, tan desesperado por llegar al final de un camino, que perdía la guía que pudiera ofrecer el mismo por no mirar por donde andaba. Ha día de hoy creo estar en la dirección correcta para encontrar el camino, aún me falta para llegar, y será duro y largo de recorrer una vez lo encuentre. Probablemente me lleve toda la vida, pero me contentaré si cuando me llegue el final, he acabado de recorrerlo y soy la clase de hombre que quiero ser. He encontrado la paz y conseguido que mantenerme fiel a mis valores e ideales.
Aún queda mucho para estar siquiera cerca del comienzo. Pero poco a poco siento que avanzo, siento que aprendo. Hay gente a la que le debo ser escritor, porque me han enseñado, a nivel literario y a nivel ético a ser un escritor y un hombre. Gente que me ha dado razones para seguir con mis dos sueños, ser escritor y recorrer ese camino sin dejar de aprender un sólo minuto. Vicente fue una de estas personas, le debo mucho, porque hizo más que darme una frase. En su carácter, en esa fuerza, encontré un ejemplo que me acercaba más a lo que quiero ser. Así que gracias, tanto a él como a otras personas de las que he hablado aquí o donde fuera, y por supuesto a las que para mi vergüenza aún no he hecho mención.

De nuevo me enrollo más que una persiana. Queridos lectores aquí os dejo algo que me enseñó mucho, espero que también os sea útil. Ha llegado el momento de despedirse, de acabar éste capítulo llamado Literatura, y la entrada que lo "epiloga" ya he hablado mucho de ésta etapa y de lo que significó para mí. Gracias una última vez. Allí donde cada uno vayamos, volveremos a encontrarnos, estoy seguro, para mi camino espero tener fuerzas e ingenio, para el vuestro os deseo ánimo, felicidad y paz. Un saludo, vuestro escritor, Borja Díaz Casas.  

1/3/18

Azul.

 Podía sentir los pliegues de aquella tela cubriéndome y envolviéndome. Tenía un tacto sedoso y fresco al envolver mi piel. Todo lo que me rodea es azul, todo lo que me rodea ahora tiene formas vaporosas, como si hubiera aparecido en medio de una especie de cielo, sin embargo no caigo al vacío, o no tengo esa sensación ya que es como si hubiera desaparecido la consciencia de mi cuerpo, y sólo tuviera consciencia de mi mente, embriagada por algunas dulces sensaciones como la del fino tejido que parece guarnecerme.
Un olor melifluo y agradable parece rodearme, quizá sea ésta la antesala del paraíso. O una cruel ilusión precedente al infierno. Mis dedos parece palpar algo rugoso, algo que parece tener movimiento propio. Propia conciencia. Ese algo me rodea y empieza a tirar de mí, percibo su consciencia, pero no su existencia, éste estado resulta caótico y confuso, como si estuviera aletargada. Sin embargo es como si ahora mi mente fuera mucho más... ¿Libre? Siento como si pudiera ver mucho más lejos, mucho más hondo. No me detengo en formas y detalles, en apariencia, sino que percibo lo que algo es, de verdad, más allá de lo que una simple imagen elaborada con formas y colores puede trasmitir.
La tela que parece envolver a lo que sea que sea yo ahora parece palpitar, puedo percibir ahora, cada vez menso cegada lo que podría llamar venas a falta de un termino mejor. De repente siento como si fuera una gigante en un mundo extraño en el que nunca antes he estado, en la tela que me envuelve, yacen seres de menos majestuosidad que la mía, más pequeños, más simples, como si dicho tejido tuviera inteligencia propias y actuara como una especie de red que atrapa insectos y como planta carnívora a la vez, abosribiéndolos y digiriéndolos.
De repente esa tela, que sin yo darme cuenta, no ha parado de crecer, ahora es un mar entero que me rodea, e inunda y devasta con la furia de la naturaleza todo lugar al cuál me dirijo, y como si ese caudaloso océano cambiante fuera una parte más de mi fisionomía, de mi ser, absorbe toda concienciae información de cada objeto sumergido bajo su implacable abrazo, alimentándome de alguna manera, expandiendo más y más mi mente, ahora entiendo, pese que aún albergo dudas que imagino seguirán saciándose, que he abandonado hace mucho el plano físico y tal estado, ahora soy otra cosa, y por lo tanto capaz de ver, comprender y entender cualquier cosa más allá de las barreras de esa prisión. De la distancia o incluso el tiempo.

El océano que antes fue un capullo y después una vestimenta se va calmando y entonces sin saber muy bien como o en que momento... esa inmensidad azul de inteligencia propias pasa a ser parte de mí, adhiriéndose al concepto que soy y convirtiéndose casi en una especie de piel que me malea y transforma a su gusto, hasta que la vinculación entre ambos es optima y finaliza, dando así por acabado también mi peregrinación en conocimiento. Entonces caigo en la cuenta de que hace mucho que abandone mi forma tangible, mucho antes de empezar esta zarca travesía, ya que para empezar éste periplo he tenido que morir, simplemente, en algún momento dado, siendo un ser inferior y sencillo experimenté la muerte repentina, encontrando en la misma una puerta hacía la trascendencia, capaz de llevarme tan lejos y tan alto, como para convertirme en un ente omnisciente imposible de catalogar y etiquetar y digno de cruzar el umbral que delimita el territorio en cual mora la providencia, de la cuál, ahora soy parte y todo.