Eres lo último que sentiré. Estoy seguro de ello. Si mis ojos no
estuvieran quemados lloraría. Primero por el terror. Despupués, por
la emoción que me produces, por éste último regalo que me das,
antes de que desaparezcamos para siempre. Éste abrazo... es lo único
que necesito llevarme cuando abandone éste mundo. Noto tu brazo
pasar por debajo de mi axila izquierda y subir por mi espalda hasta
que tu mano se agarra a mi hombro, clavándose con una fuerza
sobrehumana que me sobrecoge. Tu brazo izquierdo roda mi cuello,
agarrándose donde mi hombro termina y empieza mi brazo. Tus piernas
rodean mis caderas, y tu cabeza yace en mi clavícula, me agarras
como si nunca quisieras soltarme. Me agarras dándome y buscando a la
vez refugio. Mis brazos te rodean, el derecho rodea tu cintura,
agarrándole con firmeza, contribuyendo contigo a que nada nos
separe. El izquierdo cruza tu espalda de forma ascendente hasta que
mi mano se apoya sobre tu cabeza, en una caricia llena de ternura.
Gracias por éste momento, sentir todo tu afecto inundándome, sentir
como te aferras a mí, como si yo pudiera protegerte. Gracias por
permitirme gozar una última vez pese a que las puertas del infierno
se hayan abierto de par en par.
Abro los ojos un instante, no puedo ver, pero sé lo que vería de
poder hacerlo. Una gruesa capa de polvo que lo cubre todo, reflejando
una imagen translucida y emborronada allí donde se mire. Y debajo de
esa capa un rojizo anaranjado provocado por los mismos fuegos que
ésta quemando éste mundo. El resultado de una civilización que
brilló hasta consumirse, usando de combustible cada alma que tenía
a su alcance, la tierra que la acogía y cada cosa que fuera capaz de
arder o de sufrir las consecuencias de un progreso que siempre se
basó en el egoísmo.
Vuelvo a cerrarlos y dejo que el contacto de tu piel me embriague una
última vez. Noto como mi piel quemada arde, escuece y me hace
agonizar, noto tu cuerpo temblando por la misma razón y aún así
hayo paz en tu cuerpo, tan maltrecho como el mío, tan herido. Somos
dos heridas abiertas en medio del Apocalipsis. Pero no podría desear
un infierno más dulce como capítulo final.
Todo el cuerpo me duele, mi espalda es una gran quemadura en la que
debajo de la piel en carne viva de color gris por la ceniza surgida
de la hecatombe, sobresalen los huesos de mi columna, los tendones y
los músculos que no han sido carbonizados. El dolor es tantísimo
que he entrado en una especie de estado de shock en el que soy capaz
de sentirlo sin desmayarme. Y sin embargo el único miedo que tengo
es el que nace de la certeza de que no puedo protegerte ni salvarte,
que vas a recorrer el mismo camino que yo, un sendero que cada vez
noto más cercano. Si hay Dios, espero que me permita ser el último
de los dos en partir. No soportaría la idea de dejarte sola, de no
estar a tu lado cuando cruces.
Noto tu cuerpo temblar, también te cubren quemaduras que llegan
hasta los mismos huesos, tendones y músculos, se que has perdido
hasta algunos dedos y sufres tanto o más que yo, menuda estampa, el
final del mundo y dos seres deformes abrazándose y moribundos
cubiertos de ceniza nuclear abrazándose con su último estertor,
sería una bonita pintura, aunque seguro que algún imbécil acabaría
escribiendo sobre ella por no ser capaz de relatar algo propio. Ojala
pudiera acariciarte, pero temo llevarme tu fina y degrada piel con
las yemas de mis ahora huesudos y descarnados dedos, me limito a
seguir con éste abrazo perfecto, que no es poco, e intentar si fuera
posible trasmitirte todo el amor que has sido digna de sembrar en mí.
Tu pausada y trabada respiración es una triste melodía que hará
las veces de réquiem y oda a ésta pesadilla que algunos ingenuos
llamaron una vez "civilización" y al perdido empíreo que
pudo haber llegado a ser de no haber estado poblado por una raza como
la nuestra. Cuando con suma maestría, aquella que sólo las personas
tan perfectas como tú pueden poseer, tocas la última nota de esa
marcha final de despedida, y tus ennegrecidos pulmones dejan de
respirar; Me dejas y te vas allí donde sólo los buenos y honestos
tienen un sitio reservado, donde siempre serás tan bella como yo te
vi desde el primer día, donde nadie nunca podrá trabar tu
maravilloso ser ni entorpecer tu destino. Algo dentro de mí se
quiebra mientras no dejo de amarte por cada regalo que me has hecho,
por cada cosa buena que ha tenido mi vida y que ha venido de tu mano.
Entonces por dentro lloro, pues es el único lugar donde puedo
hacerlo desprovisto de dicha capacidad biológica y de las fuerzas
para usarla. Sigues abrazándome con fuerza, incluso ahora, con lo
lejos que estás ya de mí y eso es lo último que necesito para
empezar mi marcha a fin de seguir tu brillante estela que me servirá
de guía hacía el lugar al cuál vamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario