11/11/16

Antepasados.

 Un fogonazo pareció iluminar la caverna, deshaciendo la oscuridad tenue que lo envolvía todo, haciendo desaparecer la penumbra. Los monstruos, viles seres, peligrosos, sanguinarios, demoníacos que la infestaban, cesaron la lucha, quedando perplejos, con su mirada clavada en la intensa luz que pareció traer el día a su nido. Cómo una bengala, el fogonazo alcanzó su punto culmine de iluminación para luego desvanecerse. Los ojos de todos los presentes se fueron acostumbrando a la oscuridad... Y una vez que la ceguera, por la luz que los había deslumbrado, cesó, los sonidos de la lucha y el combate volvieron a sonar.
Néstor bajó su escudo cuando la luz cesó, se había intentado proteger de parte del fogonazo para no quedar totalmente ciego en aquella carnicería. Sus hombres reemprendieron el combate, sin entender que acaba de pasar, pero aún así pronto lo sabrían, esa pequeña victoria del enemigo sería conocida pronto. Él ya sabía que era lo que había ocurrido. Ceres había caído.


Néstor se dirigió a toda velocidad hacía el lugar donde había visto manar aquella luz. Cuanto enemigo se cruzó en su camino fue abatido por su espada, fue empalado o rajado. Néstor se abrió un sangriento camino, dejando a su paso una estela de enemigos caídos, abatidos, derrotados y muertos.
Y al fin llegó, vio allí el cuerpo inerte... El contenedor mortal de aquella deidad... La que había sido su mayor benefactora en aquella cruzada, en aquella causa, en aquella lucha. Ahora sólo quedaba su cuerpo, muerto. Los que la habían matado rodeaban el cuerpo, aún expectantes por la deslumbrante luz que había surgido cuando habían acabado con ella. Aún cegados, como venerando la ascensión de la diosa y a la vez el homicidio de esta. Néstor, los miro, atónitos aún. Y una salvaje sed de sangre mano de su corazón y ardió por sus venas hasta consumirlo. Tiró el escudo a un lado y asiendo la espada con las dos manos se lanzó a por ellos, con toda la fuerza que sus poderosos brazos le permitieron imprimir en el golpe, descargó su espada sobre la cabeza de uno de aquellos seres. Partiéndola en dos, haciéndola casi estallar.
Ante el violento golpe, los otros dos reaccionaron por fin, se alzaron y uno intentó adquirir una posición de combate para saltar sobre Néstor y matarlo, pero este, completamente furibundo, y preparado mucho antes, interrumpió los planes de su enemigo con un tajo más poderoso que el de antes, que decapitó a la criatura. La última al ver la tormenta de muerte que en un momento había caído sobre ellos, por primera vez en su vida sintió miedo e intentó huir... Pero fue imposible. El primer golpe de Néstor le cercenó una de las piernas en un instante, haciéndole perder el equilibrio y caer al suelo estrepitosamente. Arrastrándose, la bestia intentaba huir, pero ya no era posible. Néstor agarró su cabeza y tiró de ella hacía atrás, levantando al ser del suelo, por el que se intentaba arrastrar en busca de una huida.
El acero de la espada de Néstor atravesó su garganta primero, la espada se incrustó por su nuca hasta la empuñadura. Una ola de sangre manó de las fauces de la bestia y un gutural sonido lo siguió, una especie de muestra del horrible dolor al que aquel ser estaba siendo expuesto. Ese golpe era mortal, pero no lo fue de inmediato, mientras la mano de Néstor seguía agarrando la cabeza de su contrincante, afín de levantarlo del suelo, Néstor sacó su espada y la empaló de nuevo, esta vez en el pecho, atravesando al ser, con más fuerza aún que antes y ahora sí, matándolo en el acto.
A pesar de que los responsables de la muerte de Ceres en aquel violento escenario y oscuro campo de batalla, ya habían sido castigados, la rabia y la tristeza que la alimentaba, no desapareció del compungido pecho de Néstor. Un holeada de cortes y cuchilladas sobre el cuerpo muerto de aquel ser siguió, hasta que sólo quedaron unos restos irreconocibles y sanguinolentos... empapado en sangre Néstor se acercó ahora hacía el cuerpo de Ceres. Las lagrimas caían de sus mejillas, pero pronto se perdían entre toda la sangre que lo empapaba.
Cogió el cuerpo inerte entre sus brazos, y lo abrazó contra sí, la espada, se había escurrido de entre sus dedos cuando la ira se esfumó y quedó sólo delante del cuerpo de la diosa. Ahora yacía clavada en el suelo, atravesando la tierra con su peligroso filo.
Con una ternura nuca vista en un guerrero como él, Néstor apartó los cabellos que tapaban el hermoso rostro del cuerpo que había pertenecido a Ceres. Acarició el mismo y depositó un suave y tierno beso en su frente, antes de volver a abrazarla contra sí, mientras la acunaba. No podía saber como funcionaban las vidas de los dioses, que era lo que había pasado con Ceres... Ella había abandonado su estrado divino para envolverse de una prisión de carne, para adquirir un cuerpo mortal, y para ayudar a los humanos a frenar el mal con el que ahora combatían en esa caverna. Ella lo había dado todo por el infinito amor que sentía por los mortales... Y ahora había abandonado su cuerpo, ahora sólo quedaba de ella su carne, y ella volvía a estar en el estrado celestial, dejando por prueba de ello, como prueba de su ascensión una luz cegadora, que los iluminó a todos. Por sus actos, por su voluntad, se había ganado la adoración de los hombres que luchaban ahora, con más fuerza, impresionados por el sacrificio de la diosa, la muerte de la misma no había sido un punto a favor del mal esa noche, sino a favor del bien, de la moral de los que derramaban su sangre por la humanidad. Las desinteresadas y honorables acciones de la diosa habían ganado el corazón de aquellos hombres, en consecuencia aquella batalla, pero su personalidad y su forma de ser tan... Única, tan increíble, digna por tanto de un ser tan trascendental, se habían ganado el amor del hombre que ahora la acunaba en sus brazos.
Y ese amor, por algún motivo había sido correspondido, aquella mujer, de origen divino, aquel espíritu celestial había visto algo, algo que sólo Néstor poseía, y había correspondido el amor del guerrero, del paladín, del héroe. El corazón de aquel hombre, nutrido del amor y cariño de Ceres, había adquirido la fuerza necesaria, la voluntad, la valentía, la nobleza, para guiar a esos hombres a lo que sería seguramente la muerte, a las puertas del infierno, al sacrificio, pero un sacrificio que serviría para marcar un antes y un después, que definiría la supervivencia de la humanidad, que garantizaría la victoria y que haría que ese sacrificio hubiera servido. Ceres había cumplido su misión, los había preparado para dicha tarea, a pesar de lo sangriento y cruel de esta. Había llenado sus corazones de la fuerza para acometerla, y los había inspirado para cumplirla. Ahora Néstor cumplía la suya, guiarlos, dirigirlos, y llevarlos a la victoria. Se negó a sentir más tristeza, todo tenía un propósito, un motivo, cada paso por doloroso y horrible que fuera los acercaba a la victoria. No la había perdido, ella había ascendido, y él estaba seguro de que un día. Se reencontrarían. Sus descendientes serían el cubículo en el cuál sus almas se reencarnarían. Se volverían a encontrar.
Un día dos personas se encontrarían, no lo recordarían, no lo sabrían, pero llevarían en su ser un vestigio de Néstor y de Ceres.
No lo sabrían, no lo recordarían, pero sus almas serían los dos espíritus transformados por el tiempo que se encontrarían de nuevo. Un irrefrenable amor nacería entre ellos, una intensa confianza y lealtad. Una gran devoción por una parte, una increíble magia, un algo especial imposible de explicar por la otra. Amor, como nunca lo habían sentido, y como nunca lo sentirían, no lo entenderían, no lo podrían explicar, sentirían que no había habido nada tan grande ni tan fuerte antes. Y no se equivocarían, el amor que Ceres y Néstor se habían procesado, y no habían podido continuar proseguiría en ellos, mejor, más perfecto. Así sería, todo tenía un propósito, ese era el amor más grande que había existido nunca. Pero ahora, en ese momento, no era todavía posible aún, aún no era el momento adecuado para ese amor. Un día, sus almas se encontrarían de nuevo. Entonces sería el momento, y entonces sería el amor más grande que nunca había existido, que existirá nunca. El mejor.

Néstor lo tenía claro, el momento de llorar, de sentir dolor había pasado, debía terminar su sangrienta tarea. Dejó con delicadeza el cuerpo de su amada en el suelo. Se quitó una de sus muñequeras de cuero y la puso entre las manos de ella, que descansaban sobre su pecho. Cerró sus ojos y tras depositar un suave beso en sus labios, apenas un roce, se levanto. Agarró su espada con fuerza, hasta que sintió el cuero de la empuñadura crujir bajo la presión de su mano. Después de un tirón seco, desclavo su espada del suelo. Miró a su alrededor, sus hombres permanecían expectantes a que les guiara. Y tras rugir, y desatar así el animo y el valor de sus hombres, se lanzó de lleno a la contienda. Ese día morirían, ese día, cometían un suicidio, pero ese día vencerían, ese día cerrarían las puertas del infierno para siempre.

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