Un fogonazo pareció iluminar la caverna, deshaciendo la oscuridad
tenue que lo envolvía todo, haciendo desaparecer la penumbra. Los
monstruos, viles seres, peligrosos, sanguinarios, demoníacos que la
infestaban, cesaron la lucha, quedando perplejos, con su mirada
clavada en la intensa luz que pareció traer el día a su nido. Cómo
una bengala, el fogonazo alcanzó su punto culmine de iluminación
para luego desvanecerse. Los ojos de todos los presentes se fueron
acostumbrando a la oscuridad... Y una vez que la ceguera, por la luz
que los había deslumbrado, cesó, los sonidos de la lucha y el
combate volvieron a sonar.
Néstor bajó su escudo cuando la luz cesó, se había intentado
proteger de parte del fogonazo para no quedar totalmente ciego en
aquella carnicería. Sus hombres reemprendieron el combate, sin
entender que acaba de pasar, pero aún así pronto lo sabrían, esa
pequeña victoria del enemigo sería conocida pronto. Él ya sabía
que era lo que había ocurrido. Ceres había caído.
Néstor se dirigió a toda velocidad hacía el lugar donde había
visto manar aquella luz. Cuanto enemigo se cruzó en su camino fue
abatido por su espada, fue empalado o rajado. Néstor se abrió un
sangriento camino, dejando a su paso una estela de enemigos caídos,
abatidos, derrotados y muertos.
Y al fin llegó, vio allí el cuerpo inerte... El contenedor mortal
de aquella deidad... La que había sido su mayor benefactora en
aquella cruzada, en aquella causa, en aquella lucha. Ahora sólo
quedaba su cuerpo, muerto. Los que la habían matado rodeaban el
cuerpo, aún expectantes por la deslumbrante luz que había surgido
cuando habían acabado con ella. Aún cegados, como venerando la
ascensión de la diosa y a la vez el homicidio de esta. Néstor, los
miro, atónitos aún. Y una salvaje sed de sangre mano de su corazón
y ardió por sus venas hasta consumirlo. Tiró el escudo a un lado y
asiendo la espada con las dos manos se lanzó a por ellos, con toda
la fuerza que sus poderosos brazos le permitieron imprimir en el
golpe, descargó su espada sobre la cabeza de uno de aquellos seres.
Partiéndola en dos, haciéndola casi estallar.
Ante el violento golpe, los otros dos reaccionaron por fin, se
alzaron y uno intentó adquirir una posición de combate para saltar
sobre Néstor y matarlo, pero este, completamente furibundo, y
preparado mucho antes, interrumpió los planes de su enemigo con un
tajo más poderoso que el de antes, que decapitó a la criatura. La
última al ver la tormenta de muerte que en un momento había caído
sobre ellos, por primera vez en su vida sintió miedo e intentó
huir... Pero fue imposible. El primer golpe de Néstor le cercenó
una de las piernas en un instante, haciéndole perder el equilibrio y
caer al suelo estrepitosamente. Arrastrándose, la bestia intentaba
huir, pero ya no era posible. Néstor agarró su cabeza y tiró de
ella hacía atrás, levantando al ser del suelo, por el que se
intentaba arrastrar en busca de una huida.
El acero de la espada de Néstor atravesó su garganta primero, la
espada se incrustó por su nuca hasta la empuñadura. Una ola de
sangre manó de las fauces de la bestia y un gutural sonido lo
siguió, una especie de muestra del horrible dolor al que aquel ser
estaba siendo expuesto. Ese golpe era mortal, pero no lo fue de
inmediato, mientras la mano de Néstor seguía agarrando la cabeza de
su contrincante, afín de levantarlo del suelo, Néstor sacó su
espada y la empaló de nuevo, esta vez en el pecho, atravesando al
ser, con más fuerza aún que antes y ahora sí, matándolo en el
acto.
A pesar de que los responsables de la muerte de Ceres en aquel
violento escenario y oscuro campo de batalla, ya habían sido
castigados, la rabia y la tristeza que la alimentaba, no desapareció
del compungido pecho de Néstor. Un holeada de cortes y cuchilladas
sobre el cuerpo muerto de aquel ser siguió, hasta que sólo quedaron
unos restos irreconocibles y sanguinolentos... empapado en sangre
Néstor se acercó ahora hacía el cuerpo de Ceres. Las lagrimas
caían de sus mejillas, pero pronto se perdían entre toda la sangre
que lo empapaba.
Cogió el cuerpo inerte entre sus brazos, y lo abrazó contra sí, la
espada, se había escurrido de entre sus dedos cuando la ira se
esfumó y quedó sólo delante del cuerpo de la diosa. Ahora yacía
clavada en el suelo, atravesando la tierra con su peligroso filo.
Con una ternura nuca vista en un guerrero como él, Néstor apartó
los cabellos que tapaban el hermoso rostro del cuerpo que había
pertenecido a Ceres. Acarició el mismo y depositó un suave y tierno
beso en su frente, antes de volver a abrazarla contra sí, mientras
la acunaba. No podía saber como funcionaban las vidas de los dioses,
que era lo que había pasado con Ceres... Ella había abandonado su
estrado divino para envolverse de una prisión de carne, para
adquirir un cuerpo mortal, y para ayudar a los humanos a frenar el
mal con el que ahora combatían en esa caverna. Ella lo había dado
todo por el infinito amor que sentía por los mortales... Y ahora
había abandonado su cuerpo, ahora sólo quedaba de ella su carne, y
ella volvía a estar en el estrado celestial, dejando por prueba de
ello, como prueba de su ascensión una luz cegadora, que los iluminó
a todos. Por sus actos, por su voluntad, se había ganado la
adoración de los hombres que luchaban ahora, con más fuerza,
impresionados por el sacrificio de la diosa, la muerte de la misma no
había sido un punto a favor del mal esa noche, sino a favor del
bien, de la moral de los que derramaban su sangre por la humanidad.
Las desinteresadas y honorables acciones de la diosa habían ganado
el corazón de aquellos hombres, en consecuencia aquella batalla,
pero su personalidad y su forma de ser tan... Única, tan increíble,
digna por tanto de un ser tan trascendental, se habían ganado el
amor del hombre que ahora la acunaba en sus brazos.
Y ese amor, por algún motivo había sido correspondido, aquella
mujer, de origen divino, aquel espíritu celestial había visto algo,
algo que sólo Néstor poseía, y había correspondido el amor del
guerrero, del paladín, del héroe. El corazón de aquel hombre,
nutrido del amor y cariño de Ceres, había adquirido la fuerza
necesaria, la voluntad, la valentía, la nobleza, para guiar a esos
hombres a lo que sería seguramente la muerte, a las puertas del
infierno, al sacrificio, pero un sacrificio que serviría para marcar
un antes y un después, que definiría la supervivencia de la
humanidad, que garantizaría la victoria y que haría que ese
sacrificio hubiera servido. Ceres había cumplido su misión, los
había preparado para dicha tarea, a pesar de lo sangriento y cruel
de esta. Había llenado sus corazones de la fuerza para acometerla, y
los había inspirado para cumplirla. Ahora Néstor cumplía la suya,
guiarlos, dirigirlos, y llevarlos a la victoria. Se negó a sentir
más tristeza, todo tenía un propósito, un motivo, cada paso por
doloroso y horrible que fuera los acercaba a la victoria. No la había
perdido, ella había ascendido, y él estaba seguro de que un día.
Se reencontrarían. Sus descendientes serían el cubículo en el cuál
sus almas se reencarnarían. Se volverían a encontrar.
Un día dos personas se encontrarían, no lo recordarían, no lo
sabrían, pero llevarían en su ser un vestigio de Néstor y de
Ceres.
No lo sabrían, no lo recordarían, pero sus almas serían los dos
espíritus transformados por el tiempo que se encontrarían de nuevo.
Un irrefrenable amor nacería entre ellos, una intensa confianza y
lealtad. Una gran devoción por una parte, una increíble magia, un
algo especial imposible de explicar por la otra. Amor, como nunca lo
habían sentido, y como nunca lo sentirían, no lo entenderían, no
lo podrían explicar, sentirían que no había habido nada tan grande
ni tan fuerte antes. Y no se equivocarían, el amor que Ceres y
Néstor se habían procesado, y no habían podido continuar
proseguiría en ellos, mejor, más perfecto. Así sería, todo tenía
un propósito, ese era el amor más grande que había existido nunca.
Pero ahora, en ese momento, no era todavía posible aún, aún no era
el momento adecuado para ese amor. Un día, sus almas se
encontrarían de nuevo. Entonces sería el momento, y entonces sería
el amor más grande que nunca había existido, que existirá nunca.
El mejor.
Néstor lo tenía claro, el momento de llorar, de sentir dolor había
pasado, debía terminar su sangrienta tarea. Dejó con delicadeza el
cuerpo de su amada en el suelo. Se quitó una de sus muñequeras de
cuero y la puso entre las manos de ella, que descansaban sobre su
pecho. Cerró sus ojos y tras depositar un suave beso en sus labios,
apenas un roce, se levanto. Agarró su espada con fuerza, hasta que
sintió el cuero de la empuñadura crujir bajo la presión de su
mano. Después de un tirón seco, desclavo su espada del suelo. Miró
a su alrededor, sus hombres permanecían expectantes a que les
guiara. Y tras rugir, y desatar así el animo y el valor de sus
hombres, se lanzó de lleno a la contienda. Ese día morirían, ese
día, cometían un suicidio, pero ese día vencerían, ese día
cerrarían las puertas del infierno para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario