14/8/16

No puedo más.



 No. No puedo más, no lo aguanto, no soy capaz de resistirlo. Esto es demasiado, no veo recompensa, victoria o mérito en mantener una lucha, en prevalecer en una batalla... Que ya está perdida. Mi vida, esa es la batalla y ya no siento ganas de luchar por ella, no veo ningún motivo para seguir haciéndolo. ¿Y quien es mi enemigo os preguntaréis? Mi mente. No puedo resistir a mi mente como enemigo, es inhumano, cruel y fatal.
No puedo aguantar más tiempo las vicisitudes mentales que me atosigan y asedian día tras día y noche tras noche. No puedo soportar no poder estar tranquilo, no dejar de sufrir por mi propia culpa. El negativismo, las paranoias, el odio hacía todo... Esas son sólo algunas de las corrientes que fluyen por los entresijos de mis psique.
Suicida, cobarde, débil... Llamadme lo que queráis... Me da igual. No puedo mantener ningún tipo de relación sin un sufrimiento constante, pues las paranoias me atosigan día y noche, sobre la gente que me rodea y a la que intento querer: ¿Me querrá?, ¿Habrá otro?, ¿Es feliz conmigo? ¿le ha molestado que haya dicho u hecho eso?, ¿la voy a perder?, ¿soy suficiente para ella?, ¿que ve en mí?, ¿es demasiado para mí?, ¿Soy lo que necesita?, ¿Estoy a la altura?, ¿la cuido lo suficiente? Y así siempre; Miedo, inseguridad, preocupación y paranoias, paranoias, paranoias, paranoias.
No puedo más. Y no es mejor la situación con amigos, familiares y conocidos, no puedo evitar sentir a la mínima que no me demuestran su afecto, están conspirando contra mí, que traman algo, que no me quieren, que quieren perjudicarme. Necesito un torrente continuo de afecto, pues si no me inunda la inseguridad, el miedo y la paranoia. Y esto no es vivir.
Después de las paranoias e inseguridades llega el negativismo: Me desprecian, todo me tiene que salir mal, estoy sólo, mis amigos no lo son, no puedo confiar en nadie, no me quieren de verdad, su compañía y atenciones son producto de la lástima, me van a fallar, no puedo contar con ellos, el amor no merece la pena, está es la última vez que me creo la fantasía, conocer gente y relacionarse no merece la pena, no existen amigos, no puedes contar con nadie, estoy sólo, estoy sólo, estoy sólo, estoy sólo.
Y después del negativismo, llega el odio, hacía mi mismo: No sirvo para nada, soy despreciable, moriré sólo, mira tú reflejo, imbécil y entiende así porqué estás desamparado, no debí nacer, fui un aborto sin éxito, soy quien más odio, el mundo debería buscarme y darme caza, con la cantidad de gente que muere sin merecerlo y yo aquí despreciando la vida, Me doy arcadas, me doy arcadas, me doy arcadas, me doy arcadas.
Y así transcurre mi vida... Quiero ser normal, feliz, quiero que la gente me quiera, no estar sólo, no ser siempre el malo, la gente se acerca, la cuido y se aleja, no entiendo porqué, si tengo mis cosas, mis defectos, pero cuido de la gente, porqué no se me devuelve una parte del inmenso afecto que doy... Sólo quiero ser normal, ser uno más, no sentirme un parasito repudiado por la sociedad, no sentirme como un germen que nunca debió existir, un error en el fluir de la vida... Sólo quiero ser normal y vivir tranquilo y en paz. ¿Pero como voy a serlo si mi mente es mi propia enemiga, si yo mismo me hago esto...? ¿Cómo? Estoy cansado, muy, muy cansado. Muy cansado de no tener nada que merezca la pena el esfuerzo que me supone vivir. Estoy cansado de esta tristeza, esta rabia... Estoy cansado de no poder diluirla ni alejarla de mí con nada. Si lloro para desahogarme, me siento débil, patético y siento más ganas de dejar de existir. Si intento evadirme con alguna actividad sólo soy capaz de ver los errores que he cometido al realizarla y de ser aplastado por el fracaso, si intento relacionarme para divertirme me siento sólo y extraño, fuera de lugar. Estoy cansado de sentirme patético. Estoy aburrido de sentirme así. Estoy liberado de la obligación de seguir adelante.
Soy un cadáver que se desangraba en verso, capaz de dar lo mejor de mi mismo por alguien y aplastado por la falta de reciprocidad o de la incapacidad para verla. Es el momento de poner fin a mi agonía con una dulce y dolorosa despedida. La muerte tiene que ser dolorosa. Los grandes momentos de nuestra vida están llenos de intensidad. La euforia, el amor, el sexo, la ira... Los sentimientos deben ser torrentes incontrolables que nos hagan eso, sentir. Desmesurados por dentro por obligación y que por fuera sean controlados por nuestra sensatez. Y mi desgarro es así, desmesurado y doloroso. Insoportable, sí, como debe ser. Que mejor final que uno tan apoteósico como la causa de mi caída.

Sea. Me despido, me voy a sufrir, a finalizar mi existencia de forma horrenda. A sufrir una rápida e intensa agonía. Pero... Por última vez. Esta vez y nunca más.

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