1/12/17

El lago.

 Huyendo de mi propio ser, allí donde siempre había conseguido encontrar la paz, me lancé, con mi mochila, con cuanto había aprendido de niño del monte y dispuesto a no pensar en el pasado y hacer como si éste nunca hubiera tenido lugar.
Las personas tenemos una forma extraña de vivir. Una especie de desconexión voluntaria y a menudo forzada de cuanto nos hace bien. Y da igual que seamos conscientes de ello. No servirá para que cambien las cosas, para que actuemos de otra manera, no aprendemos de nuestros errores, no siempre. No corregimos nuestros malos hábitos, no siempre. No hacemos lo que nos conviene, no siempre.
Mientras mis botas pisaban el suelo recubierto de agujas de pino, rodeado de árboles centenarios, respirando un aire privado de todo deje de contaminación, puro, limpio y casi fuerte al principio, a unas fosas nasales mal acostumbradas a un aire viciado y envenenado de las grandes urbes de nuestra amada era moderna, mi menta cavilaba en estas apreciaciones.
Cuando era niño nací en una gran casa en medio de la montaña. Mi madre era una mujer buena y cariñosa. Alegre, simpática. Y con una sonrisa tan grande que cubría el dolor que le provocaba no poder desterrar los fantasmas de mi padre. Mi padre, en su memoria, pues era honesto y brutalmente sincero en cuanto a sus propios defectos y fallos atañía, diré que era un hombre que se comportaba como tal, que nos cuidaba. Un hombre que se esforzaba por hacer lo que había que hacer, por hacer lo que un buen marido debía hacer y lo que un buen padre debía hacer. Pero en honor a su memoria no diré que era un buen hombre. Pues el no se consideraba tal y nunca fue amigo de recibir cualquier cosa de cumplido, hacía lo que creía que debía hacer y nunca jamás consideraba que aquello que hacía fuera digno de premio, como no lo era el comer o el respirar puesto que eran cosas necesarias.
Mi padre me enseñó a grandes rasgos dos cosas. A ser curioso y a sobrevivir. Por ende me enseñó a pensar, a leer y escribir, a aprender, a ser fuerte, a tener carácter, a ser honrado, a ser honesto y a ser fuerte. Sólo dos cosas, dos cosas que me sirvieron para aprender un ciento más. Mi madre me enseñó a sentir. A no engañarme a mi mismo, me enseñó a reír, a llorar a emocionarme. Recuerdo que todo lo que se del monte me lo enseñó mi padre. Hasta que este se convirtió en una más de las habitaciones de mi hogar. Me enseñó hasta a cazar, aunque lo odiaba, puesto que pensaba que había demasiados cazadores que no necesitaban y por lo tanto no debían cazar. Yo no olvidé lo que me enseñó y esperé no estar nunca en la situación en la que necesitara ponerlo en práctica. Con mi madre vi el primer animal salvaje de mi vida. Un lobo, quise acercarme y ella me agarró, si lo intentaba huiría, y yo no tenía porque molestar a un animal tan noble. Lo miramos y aprendí mucho ese día, un respeto que hasta hoy para mi orgullo no he dejado de procesar a cuanto me rodea.
Mi padre me educaba, pasaba algunas jornadas fuera de casa, trabajando en algo que nunca me quiso decir, y que servía para sustentarnos. Mi madre nunca dejó que se viera sus sufrimiento cuando él se iba ha hacer algo que alimentaba esos fantasmas. Era tan fuerte como mi padre.
Mis padres eran grandes y eran fuertes. Todo lo que soy se lo debo a ellos. Me enseñaron lo necesario para poder ser un buen hombre, algo difícil en los tiempos que corren. Y lo necesario para no olvidar mis raíces, de donde vengo y por lo tanto por lo que tengo que velar. Hoy día los hombres y las mujeres han olvidado eso, lo consideran absurdo, y como decía antes viven desconectados de ello. A cualquiera le resulta absurdo pensar que provenimos de la naturaleza, que somos un elemento más de ella, lo olvidan y eso le lleva a esta condenada raza a trasgredirla y perjudicarla. A alejarse todo lo posible de la misma. A respirar oxigeno putrefacto y consumir comida envenenada. A usar objetos malditos que enseguida se convertirán en basura contaminante. Es algo tan antinatural que es nauseabundo. A mi me enseñaron a no ser así, así de ingenuo, así de cobarde. A tener el valor de reconocer mis errores y lo que hacía mal para corregirlo. Sin embargo aquí estoy, sentado en unas rocas y viendo toda la sierra como mi fortaleza inexpugnable donde poder huir y encontrar refugio.
A veces me preguntaba que era esa carga que mi padre portaba. A veces pensaba que era cobardía lo que le llevaba a ocultarla. A esconderla, a no hablar nunca de ello. Ni siquiera mi madre lo sabía, y era tan fuerte que si no hubiera sido por una vez en la que vi ese dolor en sus ojos, no hubiera conocido el sufrimiento al no poder ayudar a mi padre. Sólo una vez flaqueó desde que la conocí. Mi padre no flaqueó nunca. Nunca dejó que esa carga levantara ni siquiera una sombra contra su mujer y su hijo. Con el tiempo entendí que no era cobardía. Simplemente quería protegernos de algo que le causaba tantísimas vergüenza y tantísimo sufrimiento, que no podía dejar que nadie lo sintiera ni siquiera, y así lo hice, nunca supe que era lo que mi padre cargaba. Y si no hubiera sido por una casualidad ni siquiera hubiera sabido que mi madre sufría por no poder ayudar a mi padre en esa ardua tarea. Eran muy fuertes. Mi padre nunca flaqueo, y mi madre una vez, pero nunca faltó en ella simpatía, cariño, buen humor y sonrisas.
Sé que eso fue lo que enamoró a mis padres. Lo que hizo que se encontraran. Mi padre debió ser un tipo muy divertido antes de que aquello entrara en su vida. Fuerte, honesto, responsable y jodidamente loco de atar. Sus amigos lo recordaban como alguien con quien era imposible no reír. Con quien era imposible estar de mal humor. Era divertido hasta parecer loco. Esa clase de humor que sólo los muy cuerdos pueden evocar. Eso fue lo que hizo que mis padres se encontraran antes de que llegara esa sombra. Después, no fue lo mismo, mi padre tuvo que dar prioridad a ser fuerte y a ser duro antes que a ser divertido, pero fue tan fuerte que yo pude ver de vez en cuando ese rasgo, lo suficiente para saber de primera mano y comprender porque mi madre le quería tanto. Por mucho que pesara eso que llevaba consigo, no dejó que le aplastara, no dejó que le cambiara.
Con el tiempo conocí esa carga. Nunca por manos de mis progenitores, sino porque cuando estos me dejaron, casi a la par yo busqué pues siempre fui curioso y quise aprender y descubrir. Si mi padre no hubiera sido tan concienzudamente crítico consigo mismo, si hubiera sido menos duro o su escala moral hubiera sido tan flexible, quizás eso no hubiera sido una carga. O no una tan grande. Pero mi padre no era así. Y era la clase de personas que hacen falta para que ciertas cosas vayan bien, si no hubiera sido así de crítico, no habría sido tan honesto, tan duro y tan inquebrantable probablemente y no hubiera hecho lo que era necesario para darle a mi generación un futuro mas o menos seguro. Sin hombres como él, lo tendríamos bien jodido. Sin embargo esa sombra no les impidió a mis padres ser uno buenos padres y ser felices. Pese a todo, fueron más fuertes que lo que intentará abalanzarse sobre ellos y le robaron a la vida la felicidad que sólo los más decididos tienen el valor de coger.
Todo lo que soy se lo debo a ellos. Allí donde he llegado ha sido gracias a las herramientas que me dieron para enfrentar al mundo. Sin embargo aquí estoy, buscando paz donde nunca me faltó. Recostado contra un roble, mirando a un lago. El roble tendrá más de un centenario, unos dos metros de circunferencia en el tronco y una sombra que cubre y llena de paz a todo el que quiera acercarse. La hierba en ésta zona siempre está rasa, imagino que porque los animales les gusta venir a pastar mientras aprovechan para beber del lago.
El lago no es demasiado grande. En su zona más profunda quizá llegue a los tres metros. Es fruto de alguna corriente subterránea, y su agua por algún motivo se mantiene cristalina. Es un lago de montaña así que tiene algunas algas, y algunos insectos, como es normal, pero no se encuentran en él mosquitos nunca, el agua no ésta turbia, a no ser que como un buen dominguero te dediques a remover el fondo y siempre ha sido potable y de un sabor excelente. Incluso se le han atribuido propiedades curativas y casi místicas. Los ancianos del lugar siempre han sido amigos de leyendas que durante un tiempo consiguieron alejar al tipo de gente que viene poco por aquí, lo suficiente para estropear aquello que tanto amamos algunos.
Estas montañas y cuanto se cobija en ellas, es un bien escaso en estos tiempos, la belleza virgen que aquí reside es un bien muy valioso pero que por culpa de como son mis congéneres, aún cuando estos parecen por casualidad o magia no haber descubierto el sitio, está en continuo peligro y amenaza a que esa realidad cambie y esto se convierta en el objetivo de paletos recalificadores, furtivos, domingueros o de otro tipo cualquiera igual de peligroso.
Apenas percibo, sumido en temores a perder éste paraíso que aún sobrevive por una mano desconocida y poderosa, no percibo que alguien se acerca a mí. Unos pensamientos que no me hacen más que recordar de que huyo, por mucho que intento no pensar en el objeto directo de mi exilio, me tienen tan ensimismado que hasta que no está a mi lado su presencia. Entonces un brazo desde detrás mío pasa por mi cuello, sobresaltándome y la otra mano desconocida se apoya en mi cabeza.
Al instante noto una paz que no sentía de forma tan intensa desde niño. Pierdo toda preocupación hacía quien sea que me abraza, pues noto que esa es su intención y sólo tras unos instantes caigo en que esos brazos delgados tienen un matiz verdoso en la suave piel que los compone. La calidez de la mano que me acaricia el cabello es tal, que sencillamente me da igual ese curioso hecho. Y como si la paz y tranquilidad que ahora emano, fuera una respuesta al primer contacto el ser sale desde detrás mío y se sienta en mi regazo.
Veo unos ojos de color miel, casi dorados estudiando a los míos. Una nariz chata y pequeña, con un toque encantador surge de una cara llena de pecas con una piel suave y ese matiz verduzco. Unos labios finos rematan una expresión que no es de felicidad, pero tampoco es seria una expresión que parece medir cada uno de mis rasgos y de detalles que alguien normal no podría ver simplemente mirándome. Como si con ese estudio pudiera conocerme por completo, los ojos de ese ente parecen cambiar su forma de mirarme, así como sonrieran, pero si cambiar el encantador rostro. Entonces su boca se acerca a mi oreja, su pelo castaño como la corteza del árbol que nos da sombra acaricia mis mejillas y con un acento extraño pero calido y una voz suave y melodiosa, me pide que le ayude a proteger aquello. Casi como si mi huida no fuera una huida, sino un viaje hacía el alma del lugar que vio nacer y ahora me pedía ayuda, sin pensar acepto.

Unas manos pequeñas y estilizadas quedan apoyadas sobre mi cuello, mientras unos dedos largos juegan con mi cabello. Las largas piernas de esa especie de dríada rodean mis caderas y entonces por fin sonríe y quizá, como muestra de alegría, me besa. Acerca su cuerpo al mío y entonces noto su calida piel, y el tacto de sus pechos contra mi torso, no puedo evitar sonreír mientras me sigue besando, envuelto en la extraña magia de esa ninfa aparecida como si saliera de un sueño. Comprendo que mi deber esta claro y me siento preparado, después de haberme sentido durante tanto tiempo confuso en un medio, la ciudad, que no era ni nunca fue el mío, y consciente de que he vuelto a donde hago falta.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario