Me despierto, descubriendo además del desasosiego inexplicable que
me ha despertado, que estoy empapado en sudor. Es pleno Diciembre,
salgo de la cama, mareado, con una increíble sensación de malestar.
Es como si estuviera a rebosar de algo, pero no sé el qué. Me
dirijo hacia el cuarto de baño y me miro en el espejo, mi visión es
borrosa, desenfocada. Abro el grifo y me empapo la cara de agua
helada, miro mi reflejo, mi visión ya parece estable, y me veo con
una nitidez extraordinaria, una nitidez con la cuál nunca me he
visto, y veo mis pupilas tan dilatadas que no veo ni siquiera el iris
en ellas, es casi aterrador. Pero finalmente me separo del espejo de
un bote, sobresaltado y huyendo de mi propio reflejo, al darme cuenta
de que no he encendido la luz del baño y que el mismo está sumido
en la oscuridad. Quedo sentado en el suelo de mármol, que al estar
frío, produce cierto alivio sobre mi piel ardiendo. Los dedos me
duelen, a rabiar, es como si me estuvieran intentando arrancar las
uñas, desde la misma matriz. Necesito aire, necesito aire.
Corro a mi cuarto, abro la ventana, y me asomo por ella, todo lo que
puedo, intentando hacerme del aire frío y en busca de alivio. Me
asomo, intentando captar el aire frío, lo intento, me asomo, y la
mayor parte de mi cuerpo se asoma por la ventana, hasta que pierdo el
equilibrio, mis pies descalzos resbalan y caigo hacía adelante.
Me despierto en el suelo agitado, estoy tumbado de espaldas, y una
punzada de dolor atraviesa mi mente, me vuelvo y voy poniendo de
pies, me duele todo el cuerpo, estoy a punto de gritar, pero el dolor
va mitigando aunque sigo teniendo la asquerosa sensación de
bochorno, como si me estuvieran quemando vivo. Miro hacía arriba, y
me doy cuenta de que vivo en un sexto piso, y he caído por una de
sus ventanas.
Me mareo con tan sólo pensarlo, con tan sólo caer en la cuenta de
lo que acaba de pasar, el terror, el miedo, me dominan, no entiendo
bien lo ocurrido y no sé si quiero entenderlo. Me froto la cabeza
con las manos, y al pasarlas, mi pelo se cae, ¿qué demonios me está
pasando? El cuerpo me duele a horrores, cada músculo, cada
articulación, me examino, pero no tengo heridas o moratones, es como
si no hubiera caído desde lugar alguno, sólo un increíble calor, y
un dolor por todo el cuerpo, como cuando uno está enfermo o con
fiebre.
Una nausea bestial nace de la boca de mi estomago, y me sacude de
arriba a abajo, acabo vomitando, y echándolo todo, con tanta fuerza
que temo que voy a echar el mismo estómago con el regurgite. Cuando
miro hacía lo que he devuelto, veo un charco de color sangre, he
vomitado mi propia sangre. Y entre ella, entre los restos... Puedo
ver mis dientes, me paso la punta de la lengua por las encías y el
terror me abruma al no notar ni uno de mis dientes... sólo el férreo
sabor de la sangre. Necesito un médico, necesito ayuda... No se que
demonios me está ocurriendo.
Echo a correr, intento buscar un punto de referencia, algo que me
oriente, alguien que me ayude, estoy tan asustado que no consigo
pensar con claridad, y aunque soy consciente de ello, no puedo pensar
con claridad, es como si mi cerebro hubiera topado con un bache y no
fuera capaz de salvarlo, como si estuviese condenado a topar, una y
otra vez con el mismo bache.
Una idea empieza a aflorar en mi mente, es extraña, desconocida, y
... simple, es como si dentro de mi mente hubiera nacido una nueva
consciencia, ajena a la mía, distinta, y me grita que cambie mi
dirección. Que suba por una calle. Mi cuerpo le obedece, tropiezo y
me levanto para seguir corriendo, yo no soy capaz de dar órdenes, mi
voluntad está apagada, no sé ni siquiera que hacer, y por ello
quizás esa voz es la que ahora dirige mis pasos y manda dentro de mi
cuerpo.
Al final de esa calle hay un bosquecillo, vivo en una zona cercana a
la naturaleza, y la voz me anima a volver a ella, cada vez soy menos
dueño de mis actos y más testigo, voy empequeñeciendo, y la voz me
va dominando. El dolor es cada vez más y más intenso y en cuento
entro en los bosques, corro con todas mis fuerzas en busca de mayor
espesor y mayor refugio por lo tanto, del bosque.
Finalmente caigo. Vuelvo a vomitar y quedo de rodillas, miro mis
manos, mis uñas sangran y las puntas de mis dedos me duelen
terriblemente, agarro el dedo índice de mi mano derecha y cuando mis
dedos tocan la uña, ésta se desprende, y algo negro queda debajo de
ella, sangre, costra o Dios sabe qué.
El resto de mis uñas se van desprendiendo, empujadas por algo, negro
también, y de mis dedos, empiezan a salir unas garras, de color
negro. El dolor de los dedos pasa a las manos, y oigo crujir los
huesos, músculos y tendones de las mismas, mientras mis manos se
agrandan y van cambiando de forma. Se van recubriendo de pelo, se
vuelven más grandes, y pierden casi por completo su fisionomía
humana, volviéndose algo... algo que nunca había visto, amorfo y
antinatural. Caigo de espaldas, el dolor me abruma y se intensifica
por todo mi cuerpo, el dolor me hace contraerme mientras sigo
tumbado, es bestial, insoportable. Una serie de punzadas me llegan
desde las piernas y sólo puedo gritar por el dolor. Cuando miro, veo
como mis huesos se rompen para volverse a soldar en segundos y como
mi fisionomía, mi musculatura, cambia, mis piernas aumentan su
tamaño, su volumen. Mis cuadriceps se vuelven gigantescos, mis dedos
se contraen, mis uñas se caen, y debajo brotan garras, la posición
de mis gemelos sube, el ángulo entre mi rodilla y mi espinilla
cambia, y cuando me quiero dar cuenta mis piernas son más parecidas
a las de un animal, que a las de un hombre. Todo mi cuerpo se va
cubriendo de un bello gris, cada vez más espeso y más denso, mucho
más grueso que el vello de mi cuerpo, hasta que no queda asomo de mi
carne.
Encima de éste "pelaje", nace otra capa, más espesa
todavía que la anterior, me levanto y echo a correr de nuevo,
intentando conseguir ayuda, la voz grita en mi cabeza cosas
incoherentes, incomprensibles. Ahora corro a toda velocidad, creo que
nunca en mi vida había corrido tan rápido, resbalo, cuando voy a
caer, por instinto mis manos se ponen delante, caigo sobre mis brazos
y sin darme cuenta, como si fuera algo básico en mi programación,
sigo corriendo, ahora a cuatro patas, pues ya no se si mis brazos son
patas o brazos. Doy un salto para esquivar una roca, nunca había
dado un salto así antes.
Caigo, y sigo corriendo, pero a dos patas. De repente siento un golpe
en la cadera, tan fuerte que me hace caer al suelo, ruedo por él y
cuando el dolor se intensifica me llevo la mano a la cadera... donde
descubro, descubro una especie de cola, forrada de pelaje, como el
resto de mi cuerpo. Mi tamaño ha aumentado, mi musculatura también,
soy más grande, más fuerte. Mi fisionomía ha mutado, mis músculos
tendones y huesos se han roto, deformado y soldado de nuevo como si
nunca hubieran sido de otra manera.
Un tremendo dolor llega de mi boca, de mi cuello, sienes, de mis
ojos, mi frente y mis orejas. Me llevo las manos a la boca y noto
como mi mandíbula se estira hacía delante, noto nuevos dientes
salir, más afilados que los anteriores, dientes para depredar. Mis
orejas se mueven y cuándo me doy cuenta son mucho más grandes y han
subido, hacía la parte superior de mi cráneo, mi boca ha formado un
morro, mi nariz un hocico. ¿Qué demonios me está pasando?
Subo por una pendiente corriendo a toda velocidad, y veo un disco
blanco en lo alto del cielo, me veo aullando, un bramido perturbador
y terrorífico, de una potencia nunca imaginada, que resuena por todo
el bosque y al que otros en la lejanía surgen como respuesta. Cuando
me doy cuenta, mi consciencia, y pensamientos, son una lejana voz que
ahora me cuesta escuchar, aquello que controla mi cuerpo, mi voluntad
es esa voz, esa consciencia animal que hace un rato surgió y empezó
a dominarme, algo incomprensible para mi cada vez más aletargada
conciencia humana. He cambiado, es obvio, pero mi razón está cada
vez más nublada para captar lo que veo, escucho y siento, estoy
embotado, adormecido, al menos mi yo humano. Y mi otro yo... Es el
que tiene el control ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario