Ahora yaces en el suelo, inerte... Te lo advertí, no dirás que no
te lo advertí...
El sol sale, tímido, tenue, superviviente a una noche invernal llena
de oscuridad. Mis ojos se abren cuando uno de esos escasos rayos de
sol se posa en mi mejilla. Cuando noto un calor natural en ella, un
calor reconfortante, un calor amistoso, un calor como el que no he
sentido desde hace demasiado ya. Un calor similar al de un beso, al
de una caricia... Casi he olvidado que es eso, sumido en tanta
depresión, en tanto estrés, en tanta violencia.
Mis ojos pestañean, se han abierto con calma, con tranquilidad,
lentamente, y empiezo a ser consciente de que he despertado, me hayo
en ese momento en el que el sueño, aún no ha abandonado del todo tu
cuerpo y no recuerdas en el infierno en el que vives.
Un infierno creado por un tirano, cuyos lazos hacía él te impiden
reaccionar contra su crueldad... Un infierno innecesario, un infierno
que domina un lugar donde sólo habría de haber amor, cariño... Un
infierno creado por tu propio padre, por sus abusos y su maltrato, de
los cuales ya sólo eres espectador y no víctima... Pues tu tamaño,
tu edad, le impiden alzarse más alto, más poderoso, más fuerte que
tú, para dominarte.
Día a día lo sufres, lo aguantas, intentas ver a tu padre... Pero
sólo ves un monstruo allí donde miras, y el cariño que un día
hubieras podido procesar hacía tu progenitor, el amor que debería
despertar en ti, se va desvaneciendo, tu paciencia se agota y la
máscara de humanidad que el se pone, cada vez tapa peor lo que es en
verdad. Al principio intentas mediar entre quien de verdad sufre sus
abusos y él, tu madre y tú, no podéis concebir, entender, que eso
pase de verdad, que eso esté ocurriendo, pues es normal.
Un padre, un marido, un hombre de verdad no hace esas cosas, un
hombre defiende a su familia, y la ama, la protege... Pero eso con lo
que convivís no es un hombre... es sólo un saco de mierda al que os
cuesta verle su verdadera cara, por lo que se supone que debería
ser, pero en verdad no es.
Pero un día eso que fluye por ti, en tu educación, en lo que la
sociedad te enseña, esos valores, se agotan y te quitas esa venda de
los ojos, esa venda de ingenuidad, esa venda que te hace buscar el
lado bueno de alguien, que en verdad, no lo tiene.
Y dices "basta", lo gritas, estallas, te pones en medio, te
alzas de pie entre tu pobre e indefensa madre y el monstruo que la
aterroriza y la pisotea, te pones en medio, pero esta vez no es para
recibir los golpes que son para tu madre e intentar calmar al que los
propina... Esta vez agarras sus muñecas, con fuerza. Esta vez no hay
compasión, calma o amor. Esta vez hay odio, esta vez hay ira. Y el
último resquicio de calma de ti suelta una advertencia. "No
vuelvas a ponerle una mano encima a mi madre". No hace falta
gritarlo, lo dices a un volumen normal, no necesitas chillar, la
frase suena contundente por si sola, refleja toda la amargura de
tantos años viviendo con ese monstruo.
Las cosas se relajaran y el volverá a enseñar su rostro más amable
y generoso, esperando que os olvidéis de lo ocurrido, hasta la
próxima... Ella quizás se olvide. Pero tú... Tú no lo harás.
Pero ahora despierto... Y cuando se ha disuelto el sueño, lo oigo.
Oigo lágrimas, y reconozco enseguida de donde vienen, se que está
pasando, pero no puedo creerlo, no quiero creerlo, me levanto,
quedando erguido sobre la cama. Escuchando con más atención,
esperando que no sea lo que parece... Pero las lágrimas y la voz de
ese monstruo, justificando por lo que acaba de ver, no dejan lugar a
dudas.
Y entonces estallo, pero dentro de mi no hay ira, sólo
determinación, voy a acabar con eso ahora mismo.
Llegó y veo en la cocina, ella esta arrodillada, llorando
desconsolada y él, de pies... Tiene una mano sangrando, un corte
muy, muy profundo, y veo cristales en el suelo, los cristales de una
ventana... Se ha cortado con ella seguro, y lo sé, aún sin
preguntarlo, lo adivino, aún sin escucharlos, lo averiguo.
Mi prioridad es mi prioridad. Me acercó y veo en su mano un corte
profundo, ella intenta esconderlo, sabe que va a pasar. Él se
mantiene de pie, no sé a que espera, quizás a que todo salga
bien... Imposible. Miro la herida un última vez y sangra, sangra
muchísimo. Y entonces la levanto y me la llevo de la cocina. Le digo
que vaya a lavársela que vaya a curarla, y en cuanto sale de la
cocina cierro la puerta y la atranco.
Me giro y le miro a los ojos. "te lo advertí" digo, y es
lo último que él oirá de mí. Me voy a por él, está estupefacto,
pone sus brazos en actitud defensiva, está asustado, ahora no es
alguien indefenso quien está delante suyo, alguien que le tema...
No, ya no.
Le agarro del cuello y empiezo a darle puñetazos, con todas mis
fuerzas. En seguida pierde el equilibrio y cae al suelo y yo le sigo,
sin soltarle, dándole puñetazos. Dándole sin parar, destrozando su
cara. Intenta escapar, y coge uno de los cristales del suelo, e
intenta usarlo contra mí, es muy lento, muy viejo, muy inútil, muy
cobarde incluso para salvar su propia vida. Agarro su mano de la
muñeca y la aprieto, como si mis manos fueran un atenaza, oigo un
"crack" y el grita de nuevo, creo que le he roto la muñeca,
su mano se afloja y cojo el cristal.
Oigo golpes en la puerta, mi madre me pide que la abra, desesperada.
Sabe que está pasando, y quiere evitarlo, no por él, sino por mí,
quiere protegerme de mi mismo. Lo único que recibe es un "¡No
entres, no entres aquí!" que repito varias veces.
Cojo el cristal, como si de un puñal se tratase, me corta las manos
y los dedos, pero no lo suelto, aunque el dolor me arda en mi mano,
aunque esta quede inútil para siempre por los cortes. Y empiezo a
dar aguijonazos en su cuello, su cara es de impresión... Cómo si
hasta ahora, esperara salvarse, esperara que su hijo lo soltase o
quizás salir victorioso de algún modo... No ya no va a pasar eso.
Ya no.
Mientras la perplejidad bañada de miedo, se adueña de su expresión
yo sigo apuñalando su cuello sin soltarlo, no pienso dejar que se me
escape. Le repito a mi madre que no entre, la sangre me salpica,
estoy empapado, el ya no se mueve, creo que ha muerto, está
irreconocible. Me levanto, ahora el monstruo soy yo, un parricida
bautizado en la sangre del dragón... Ya no repito a mi madre nada,
el escándalo a cesado y ella a dejado de intentar abrir la puerta
que nos separa, consciente de que he consumado el castigo que él
merecía pero que yo no debía haber sentenciado... Por último miro
mi macabra obra. Miro las consecuencias de sus actos, de mi infancia
traumática... Le miro a él...
Ahora yaces en el suelo, inerte... Te lo advertí, no dirás que no
te lo advertí...
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